Hamburguesas

¡Oh señores! ¡Oh señoras!

Ramireo al habla.

Hace tan sólo 5 días me armé de valor y, al grito de "La pija de tu Madre", logré atravesar el arduo camino que recorre
la mayor de las travesías: Cocinar una hamburguesa.
Ahora deben estar pensando (y si no lo hacen, pronto lo harán) por qué m
e refiero a tan sencilla tarea como una muestra de magnanimidad.
Pues bien, deben saber que Ramireo JAMÁS, bajo NINGUNA circun
stancia había cocinado antes.
Esto, estimados leyedores, es lo que me lleva a calificar de "asombrosa" a la tarea de preparar un par de hamburguesas.


Ahora sí, vayamos a los hechos.

El reloj se atrevía a marcar las 20:43 y la computadora no dejaba de pelotudear.
Mi vientre rugía con heroísmo y pedía a gritos aunque sea un medrugo de pan.
Me dirijí entonces al lugar donde normalmente se cocina: "la cocina", según tengo entendido.
Requisé la heladera.

Medio limón enmohecido y un saché de leche vacío me devolvían la mirada.
Me quedé unos momentos parado y, una vez que decidí que no había manera de combinarlos, me dispuse a abrir el congelador.

Debo aclarar, mis queridos, que el congelador me da mucho frío y es por esto que no lo abrí en una primera instancia; sólo reservo dicha tarea a situaciones desesperantes o embarazosas, y ésa señores, ésa era una de ellas.
Pero, lo realmente fantástico fue el hallazgo en sí.
Un par de hamburguesas esperaba pacientemente apo
stado sobre la cubetera de forma toroidal.
Tomé ambos pedazos de carne y las lleve a la mesada.
Acto seguido desenfundé un par de preciosos panes de hamburguesas que venía reservando desde hacía semanas para cuando una ocasión propici
a se presentara.
El momento había llegado.

Cazé un fósforo.
Lo encendí y lo aposté sobre la hornalla, con la llama hacia afuera.
Giré una palanca y el gas fluctuó y al juntarse con la pequeña
llamarada del petiso de cabeza rojisa, explosionó y se convirtió en una pequeña fogata.
Luego tomé una sartén NEGRA y la ap
oyé con cuidado sobre la hornalluela.
La pobre gimió unos momentos pero luego se ajustó al calorcito de la fogata.
Una vez hecho esto, coloqué las 2 rodajas de carne sobre la superficie negra.
Ambas comenzaron a arder y pronto el humo coemnzó a emanar incesantemente.
Unos segundos más y la niebla se apoderó del lugar y de mi
ser.
El sudor corría por mi espalda, el hedor se reía en mi cara, todo estaba perdido.
Como último acto de salvataje, me arrojé a la puerta.
Obviamente no veía nada y antes de atinarle al picaporte choqué con un cajón entreabierto, un cuadro, una pelela y tal vez un misongimio.

Logré salir del cuarto humeante justo a tiempo.
En la otra habitación, un Nacho se batía a duelo con trabajos de diseño y algún que otro Vaso.
Risueño me saludó y siguió con su tarea.
Le devolví una sonrisa torcida pero alegre, tan alegre como puede parecer la sonrisa de un soldado a punto de desembarcar en Normandía.

Esperé unos minutos, junté coraje y entré como una tromba a la cocina.
Propenso a no dejar títere con cabeza, actué con rapidez.
Agarré un repasador, me lo puse alrededor de la cabeza a modo de b
arbijo y arrojé las dos hamburguesas dentro de los panes previamente ambientados.
Para finalizar les eché algo de mostaza y huí al salón, donde Nacho seguía con sus trabajos forzados.

Feliz y contento degusté la carne asada y mi primer acto culinario.
Aquí está la prueba del delito:





¡Saludos y hasta la Re Concha de su madre! =)

Ramireo.




2 comentarios:

Anónimo dijo...

pero no als diste vuelta ni siquiera? pf despues se quejan de que se envenenan por comer carne cruda

Anónimo dijo...

knAH ramireo con pelo al cortado

flogger flogger