Milanesas de Piedra

Miércoles 29 de Abril de 2008, 00:00 horas.
Ramireo al habla.

El sol circundaba el exterior e intentaba regalar destellos de alegría a los niños cartoneros.

Éstos, en su afán de protegerse del frío insolente que los maltrataba sin vergüenza, se tiraban debajo de los colectivos que pasaban al zin y al zún; el exterior era, ante todo, salvaje.

Por otro lado, mi barriga gritaba insolencias y despotricaba contra el hambre en el mundo.
De repente, la puerta del departamento se abrió de manera completa y el señor nacho se avecinó con ojos tristes y pansa vacía.
Luego, se desplomó en un sillón y quedó cuasiparalítico.
Yo, cegado por la hambruna que experimentaba, me avalancé sobre el refrigerador y lo abrí de un saque.
Dentro pude localizar un paquete completo de preciadas milanesas de la abuela; ¡Gracias a la concha de mi vieja!
En tan sólo unos segundos mi cara recuperó el color y la alegría de vivir.
Giré la palanquilla, liberé el gas y lancé un promiscuo fósforo al vacío.
La parrilla del antiquísimo horno se prendió al instante.
Una vez hecho esto, acomodé frenéticamente las preciosas, hermosas, dulces, vanagloriadas milanesas de la abuela dentro de una sartén de dudoso aspecto.
Luego la tiré con fuerza dentro del horno y cerré la tapa.
Volví a la sala con una sonrisa evidente en la cara.
Nacho se relamía.

Aún así, lo que aparentemente sería un final feliz y delicioso, no fue tal, ya que las dichosas carnes tardaron más de una hora exacta en cocinarse de ambos lados.
Para ese momento Nacho ya había renunciado a degustar algún pedazo de alimento y habíase desplomado en un catre poco propicio para el descanso.
Yo, por mi parte, apenas si podía mantenerme consciente.
Fue por esto que decidí (a riesgo de comer carne cruda) sacar la comida del horno caliente.
A primera vista pareció que por fin íbamos a ingerir alimento, así que llamé al desfallecido Nacho que, con un monumental esfuerzo, se levantó y caminó hacia la cocina tambaleándose.
Llegamos a la mesa y nos propusimos, finalmente, a degustar las delicias que nuestra abuela nos provee de vez en cuando.
El primer intento fue fallido en un 100%.
El tenedor con el que intenté, ingenuamente, asestar un certero pinchazo a la primer cosa que tuve delante, se venció y sus dientes dobláronse en señal de derrota.
Sí, la comida se había sobrecocinado generando una suerte de piedra fosilizada con aspecto de milanesa.
La tensión en la mesa aumentó drásticamente.
Nacho permaneció tieso, espectante.
El tenedor también permaneció tieso, pero no espectante, no; permaneció muerto, doblado, amarcillado.
Miré entonces a Nacho.
Ambos nos dijimos cosas desopilantes sin siquiera abrir la boca, y, entre todas ellas, nos dijimos: "Valor hermano. ¡A la carga!" y comenzamos a devorar con vistosa dificultad elalimento traicionero que teníamos delante.

Ahora sí, he aquí la prueba del hecho.


Hamburguesas

¡Oh señores! ¡Oh señoras!

Ramireo al habla.

Hace tan sólo 5 días me armé de valor y, al grito de "La pija de tu Madre", logré atravesar el arduo camino que recorre
la mayor de las travesías: Cocinar una hamburguesa.
Ahora deben estar pensando (y si no lo hacen, pronto lo harán) por qué m
e refiero a tan sencilla tarea como una muestra de magnanimidad.
Pues bien, deben saber que Ramireo JAMÁS, bajo NINGUNA circun
stancia había cocinado antes.
Esto, estimados leyedores, es lo que me lleva a calificar de "asombrosa" a la tarea de preparar un par de hamburguesas.


Ahora sí, vayamos a los hechos.

El reloj se atrevía a marcar las 20:43 y la computadora no dejaba de pelotudear.
Mi vientre rugía con heroísmo y pedía a gritos aunque sea un medrugo de pan.
Me dirijí entonces al lugar donde normalmente se cocina: "la cocina", según tengo entendido.
Requisé la heladera.

Medio limón enmohecido y un saché de leche vacío me devolvían la mirada.
Me quedé unos momentos parado y, una vez que decidí que no había manera de combinarlos, me dispuse a abrir el congelador.

Debo aclarar, mis queridos, que el congelador me da mucho frío y es por esto que no lo abrí en una primera instancia; sólo reservo dicha tarea a situaciones desesperantes o embarazosas, y ésa señores, ésa era una de ellas.
Pero, lo realmente fantástico fue el hallazgo en sí.
Un par de hamburguesas esperaba pacientemente apo
stado sobre la cubetera de forma toroidal.
Tomé ambos pedazos de carne y las lleve a la mesada.
Acto seguido desenfundé un par de preciosos panes de hamburguesas que venía reservando desde hacía semanas para cuando una ocasión propici
a se presentara.
El momento había llegado.

Cazé un fósforo.
Lo encendí y lo aposté sobre la hornalla, con la llama hacia afuera.
Giré una palanca y el gas fluctuó y al juntarse con la pequeña
llamarada del petiso de cabeza rojisa, explosionó y se convirtió en una pequeña fogata.
Luego tomé una sartén NEGRA y la ap
oyé con cuidado sobre la hornalluela.
La pobre gimió unos momentos pero luego se ajustó al calorcito de la fogata.
Una vez hecho esto, coloqué las 2 rodajas de carne sobre la superficie negra.
Ambas comenzaron a arder y pronto el humo coemnzó a emanar incesantemente.
Unos segundos más y la niebla se apoderó del lugar y de mi
ser.
El sudor corría por mi espalda, el hedor se reía en mi cara, todo estaba perdido.
Como último acto de salvataje, me arrojé a la puerta.
Obviamente no veía nada y antes de atinarle al picaporte choqué con un cajón entreabierto, un cuadro, una pelela y tal vez un misongimio.

Logré salir del cuarto humeante justo a tiempo.
En la otra habitación, un Nacho se batía a duelo con trabajos de diseño y algún que otro Vaso.
Risueño me saludó y siguió con su tarea.
Le devolví una sonrisa torcida pero alegre, tan alegre como puede parecer la sonrisa de un soldado a punto de desembarcar en Normandía.

Esperé unos minutos, junté coraje y entré como una tromba a la cocina.
Propenso a no dejar títere con cabeza, actué con rapidez.
Agarré un repasador, me lo puse alrededor de la cabeza a modo de b
arbijo y arrojé las dos hamburguesas dentro de los panes previamente ambientados.
Para finalizar les eché algo de mostaza y huí al salón, donde Nacho seguía con sus trabajos forzados.

Feliz y contento degusté la carne asada y mi primer acto culinario.
Aquí está la prueba del delito:





¡Saludos y hasta la Re Concha de su madre! =)

Ramireo.




Weekly Update

¿Qué fue de nuestras vidas, se preguntarán? Bueno...

  • Estuvimos haciendo planes con algunos amigos del Instituto para empezar a filmar videos absurdos y tal vez un poco obscenos. Sólo digamos que si se hace, va a ser magia que te magia.
  • Ramiro puso en práctica su teoría de que se puede vivir sólo a base de pan. Esto fue una consecuencia directa de que no hubiera más jamon para hacerse un sánguche.
  • Por fin realizamos el rito de quemar una estampita de San Pedro, o San Bernardo, o alguno de esos. Era una idea que tuvimos desde el principio, pero veniamos posponiendo por miedo a una Represalia Divina.
  • Fuimos al cine. Mi viejo y Ramireo entraron a ver 10.000 a.C. Mi sis y yo fuimos a ver Vantage Point. Adivinen quién se arrepintió.
  • Cierta profesora Nazi que no quiero decir quién es porque me parece una traición (??) nos encargó dibujar cosa de 400 símbolos diferentes usando sólo formas básicas. Ya estamos haciendo averiguaciones para hacerla cagar.
  • Me compré un libro que ahora estoy devorando ávidamente: jPod, de Douglas Coupland.
  • Nos bajamos el Gears of War, y también el Sim City Societies. De más está decir que la adicción a la heroína es un poroto frente al nada saludable hábito que desarrollamos de jugar en paralelo.
  • Cociné mi primer arroz con atún, y fue un éxito. Esta victoria se la dedico al gordo de Danette; si a vos gordo puto, comé maricón!
Les dejo una foto de mi pericia culinaria, y un beso en el codo para todos ustedes. Que el FSM los bendiga a todos.

Cómo hacer llorar al Niño Jesús